ESTA VIDA ES MARAVILLOSA Álvaro Podestá N.
Recuerdo que Glup llegó a mi casa siendo un “cachorro que no iba a crecer mucho”. Tiritaba, olisqueaba y daban ganas de abrazarlo para que no extrañara a su mamá perra. Sentado en sus patas traseras, me observaba con las lucecitas de sus ojos prendidas, y si yo le sonreía… saltaba y me lengüeteada la mano con su lengua rosada. Cuando lo hacía, yo sentía que esta vida era maravillosa. No sé bien porqué, pero era como si me saliera una sonrisa del corazón... aquí… en el pecho, a la altura del tercer botón de la camisa más o menos. Después creció más alto que un tigre y lo bauticé “Glup”, porque las personas hacían “¡glup!” cuando lo veían. Es que era un perro guardián muy valeroso, que ladraba con eco, altoparlantes y en estéreo. Cuando movía su cola como una hélice y después se echaba en el suelo y suspiraba de contento, mis papás decían que Glup estaba ¡lleno de vida! A mi me gustaba jugar a que éramos exploradores y le ponía su correa, su capa y una cantimplora, y salíamos a conquistar tierras inexploradas en el jardín de mi casa. En esas ocasiones, Glup aprovechaba de hacer pipí en todas las plantas y árboles que había y después corría como loco persiguiendo las hormigas o pajaritos que bajaban a picotear las semillas, y volvía y me tapaba de besos de perro… y yo sentía de nuevo que esta vida era maravillosa. Una vez se hirió una patita, y con un doctor llamado veterinario se la tuvimos que entablillar. Yo no me moví de su lado dándole la comida en el hocico, poniéndole el termómetro y haciéndole cosquillas en su barriga para que se riera y no estuviera triste. El dolor se le pasó súper rápido y muy pronto estuvo ladrando con eco, altoparlantes y en estéreo, como era su costumbre. En los paseos familiares, cuando mi perrito saltaba, corría y ladraba con su hocico negrito (que tenía unos pelos puntiagudos que picaban), los adultos repetían eso de que ¡estaba lleno de vida! Yo nunca supe de qué estaba lleno Glup, pero me gustaba su olor a perro. Si lo sentía cerca suspirando o raspando con sus uñas la puerta de mi habitación o persiguiéndose la cola como un carrusel, me dormía seguro y agradecido de que esta vida fuera tan maravillosa. Hasta que un día Glup se murió. Estaba viejito parece, o se enfermó de una enfermedad de ésas que les dan a los perros guardianes. Una mañana no se levantó más. Le hice cosquillas en la barriga, y no pataleó como encendiendo una motocicleta. Moví su correa de paseo, y no levantó sus orejas como antenas rastreadoras (esto era muy grave pues normalmente saltaba y se volvía loco del gusto por pasear). Ahí vino mi mamá y me dijo que Glup se había ido al cielo (yo no entendí muy bien eso de irse al cielo, pues Glup seguía echado en su canasto para dormir). Lo enterramos en el patio de la casa a los pies de su árbol-baño preferido. Yo le puse cerca de su corazón el elefante de plástico que tanto le gustaba mordisquear y dos galletas. Se veía tranquilito… claro que ya no estaba lleno de eso que lo hacía correr, saltar y ser tan juguetón y buen guardián. Ese día en la tarde lo eché de menos y lloré. Mi Papá me dijo que era normal llorar cuando uno se sentía triste, pero que si quería estar de nuevo con Glup, lo único que tenía que hacer era cerrar mis ojos y recordarlo. Así lo hice y funcionó. Jugamos como nunca. Glup corrió incluso más rápido que antes. ¿Habrá sido porque al estar en el cielo los perros están llenos de nubes blanquitas que son más livianas? No lo sé, pero lo que si sé, es que ahora soy yo el que está lleno de esta vida maravillosa, pues tengo a Glup en mi corazón.
FIN